Perdió a su madre cuando tenía 5 años. Más tarde estudió arquitectura. Dios era más bien una ocupación entre el fútbol, la universidad y los amigos. En Eindhoven se dio cuenta de que no podía ser cristiano sólo los domingos. Ahora se dedica a la agricultura y es el orgulloso padre de una familia numerosa.
Nací en Oporto en una familia como muchas otras. No me faltaba nada, a excepción de mi madre, que murió cuando yo tenía cinco años.
Aunque fui a escuelas católicas, no había ninguna práctica cristiana en mi familia. Sólo íbamos a las bodas, bautizos y misas que mi abuela ofrecía por el alma de mi madre.
Oporto, Fátima, la arquitectura y el club juvenil Vega
Las enseñanzas sobre la vida de Jesús me fueron transmitidas principalmente en la escuela dominical y por la maestra de primaria, Sor Graça David, en el Externato de Santa Joana en Ermesinde.
Recuerdo que me impresionó especialmente la explicación del mensaje de Fátima, cuando tenía 7 u 8 años. La idea de tener una madre en el cielo, que ama a los niños de manera especial y les enseña a dar sentido al sufrimiento, ofreciéndolo por todo el mundo, fue muy importante para mí.
Mi padre quería que fuera ingeniero, pero a mí se me metió en la cabeza la arquitectura. Me gustaba el dibujo, la historia del arte y el diseño con sus texturas, patrones y colores.
Salía por la noche siempre que podía. Mi padre no me imponía grandes reglas pero me exigía que cumpliera con mis deberes en casa y en la escuela. Siempre me dio una gran libertad con una buena dosis de responsabilidad, bajo la pena de un castigo dado en el momento oportuno, cuando mi rebeldía hablaba más fuerte...
Viví toda mi juventud en Oporto, entre Amial, Foz y Boavista. A los 15 años empecé a asistir a un club de chicos del Opus Dei. El club juvenil Vega tenía una buena sala de estudio y muchas actividades al aire libre, acampadas y partidos de rugby en la playa. Había un ambiente de mucho nivel intelectual que me sedujo. Hablábamos de arte, filosofía, historia, música y también de fútbol, todo ello con una buena dosis de humor y diversión.
En ese club juvenil aprendí a rezar, porque en mi casa Dios no se rezaba. Empecé a leer el Evangelio y a hablar con Dios de forma personal y comprometida. También comencé a ir a misa los domingos y a veces entre semana.
El papel secundario de Dios
Hasta los 17 años me confesaba regularmente. Pero entonces decidí poner a Dios en un plano secundario de amistad, como si fuera una especie de conocido, un amigo de otro tiempo... Las amistades del colegio, el ordenador y los partidos de fútbol sala se hicieron más importantes que Él. A los 17 años tuve mi primera novia pero a los dos meses rompí con ella porque pensé que esa relación no tendría futuro.
A los 18 años fui a la Universidad de Minho, en Guimarães, para estudiar arquitectura. Vivía solo, una excelente oportunidad para dar alas a la libertad que había ido conquistando. Dios seguía jugando un papel secundario, pero al menos iba a misa los domingos y me confesaba de vez en cuando.
A los 21 años solicité el programa Erasmus para estudiar el cuarto curso de arquitectura en otra universidad. Brasil era mi preferencia, pero por suerte solo había una vacante en los Países Bajos. Tendría que ir solo, ¡en contra de lo que quería!
Meses antes de irme a Holanda me reencontré con mi primera novia, y reactivamos la relación que habíamos tenido cuatro años antes. Sabía que el tiempo que pasaríamos separados sería un gran desafío. Le dije: ¡Raquel si cuando vuelva de Holanda seguimos saliendo es señal de que nos vamos a casar!
Algo más que un cristiano de domingo
En los Países Bajos, en la ciudad de Eindhoven, algo me hizo buscar una iglesia católica. Allí comenzó un proceso de reconexión con Dios, con un compromiso diferente. En un país extraño, sin mis amigos, Dios era el único Amigo al que podía recurrir.
Entonces me di cuenta de que no podía seguir siendo un cristiano de domingo, no podía dar un testimonio a medias cuando me preguntaban por mi fe en la universidad. Me di cuenta de que Dios tenía muy pocos amigos, ¡y en Holanda esa constatación me pareció más fuerte!
Ese paso fue definitivo. Sentí la presencia de Dios de una manera que nunca antes había sentido. Y empecé a hablar con Él durante el día y a confiarle todo mi trabajo.
Voví a acudir a misa todas las semanas en holandés, y busqué a Rafael, un portugués que vivía en Utrecht, que me puso de nuevo en contacto con los medios de formación del Opus Dei. Mientras en Oporto tenía un centro del Opus Dei casi en la puerta de mi casa en Oporto, en Holanda debía recorrer muchos kilómetros en bicicleta y en tren, con viajes quincenales a Utrecht y Ámsterdam.
Esto me fortaleció en la decisión de ser un verdadero amigo de Dios. Al final del Erasmus tenía claro que al volver a Portugal me entregaría a Dios, y este camino me llevaría a entregarme totalmente a Él en el Opus Dei, integrando a Dios en mi vida como ¡un arquitecto! Pero, me preguntaba, ¿cuál era mi camino dentro del Opus Dei?
ras nueve meses en la Technisch Universiteit de Eindhoven volví a Oporto. Corría el año 2006. Mi noviazgo con Raquel había sobrevivido a la prueba de estar lejos. Además, mientras yo estaba en Países Bajos, ella también acudió a un centro del Opus Dei en Oporto, por sugerencia mía. Empezó a tener formación religiosa y a tomarse en serio su fe. Y esto nos unió aún más.
Mis amigo de último curso de Arquitectura de Guimarães se sorprendieron de mi cambio espiritual al verme acudir a misa todos los días y al hablar con ellos sobre Dios.
¡Usa tu libertad!
Al principio de ese año escolar me enteré de que había un curso de retiro para universitarios. Tenía muchas ganas de ir, y le dije a Dios: ¡Ahora es el momento de mostrarme lo que quieres de mí! Me inscribí en el retiro que duró desde el jueves por la tarde hasta el domingo. Pregunté durante todo el día: Señor ¿qué quieres de mí, sabes que estoy dispuesto a dar toda mi vida. ¿Qué quieres de mí?
El tercer día del retiro, el domingo, después de una enorme insistencia y cuando parecía encontrar solo oscuridad y silencio por parte de Dios escuché con una suave voz en mi conciencia: ¡Usa tu libertad! ¡Era para mí la respuesta, ¡era para mí la luz! El peso que había cargado durante meses había desaparecido. Ahora sabía que Dios me quería libre y elegí libremente ser supernumerario, formar una familia, ser marido y padre, si Él lo permitía.
Qué maravilloso es un Padre que nos creó libres y que hizo coincidir nuestra libertad con su Providencia. ¡Qué gran misterio y qué gran gracia!
Desde entonces, su mano nos ha guiado. ¡Primero fue el matrimonio con Raquel, en 2010, luego un trabajo mínimamente estable para ambos y poco después llegaron los hijos: María en 2011 y luego Clara en 2012.
Un cambio de trabajo para conciliar
Mi trabajo por aquella época era intenso. Cuando Raquel estaba embarazada de Clara me di cuenta de que pasaba tres horas al día con María durante la semana... ¡y era tan pequeña!
Empecé a pedirle a Dios y particularmente a través de la Virgen que me permitiera tener otro trabajo que me permitiera pasar más tiempo con mi hija pequeña. Recuerdo haber peregrinado con un buen amigo a la capilla de Nuestra Señora de la Concepción, en Foz, pidiendo esa gracia del Cielo.
Y así fue. Sin muchas expectativas al principio, emprendí una empresa agrícola mientras trabajaba como arquitecto en Oporto. En 2013 dejé la empresa de arquitectura y me dediqué a tiempo completo a la agricultura.
Hoy exporto hierbas aromáticas secas y ecológicas a cinco países europeos. El reto ahora es desarrollar una cooperativa de productores para conseguir aumentar la cuota de mercado. Nuestra misión se basa en la responsabilidad social y medioambiental.
Mientras tanto nacieron Graça, Helena, Afonso, Isabel, Luísa de Guadalupe y Joaquim, por quienes pido sus oraciones, para que los padres sepamos criarlos con alegría y libertad.
Carta que el Santo Padre ha firmado en San Juan de Letrán este 26 de diciembre, dirigida a los esposos y esposas de todo el mundo con motivo del Año “Familia Amoris laetitia”. El Papa Francisco los anima a seguir caminando con la fuerza de la fe cristiana y la ayuda de San José y de la Virgen María.
Queridos esposos y esposas de todo el mundo,
Con ocasión del Año “FamiliaAmoris laetitia”, me acerco a ustedes para expresarles todo mi afecto y cercanía en este tiempo tan especial que estamos viviendo. Siempre he tenido presente a las familias en mis oraciones, pero más aún durante la pandemia, que ha probado duramente a todos, especialmente a los más vulnerables. El momento que estamos pasando me lleva a acercarme con humildad, cariño y acogida a cada persona, a cada matrimonio y a cada familia en las situaciones que estén experimentando.
Este contexto particular nos invita a hacer vida las palabras con las que el Señor llama a Abrahán a salir de su patria y de la casa de su padre hacia una tierra desconocida que Él mismo le mostrará (cf. Gn 12,1). También nosotros hemos vivido más que nunca la incertidumbre, la soledad, la pérdida de seres queridos y nos hemos visto impulsados a salir de nuestras seguridades, de nuestros espacios de “control”, de nuestras propias maneras de hacer las cosas, de nuestras apetencias, para atender no sólo al bien de la propia familia, sino además al de la sociedad, que también depende de nuestros comportamientos personales.
La relación con Dios nos moldea, nos acompaña y nos moviliza como personas y, en última instancia, nos ayuda a “salir de nuestra tierra”, en muchas ocasiones con cierto respeto e incluso miedo a lo desconocido, pero desde nuestra fe cristiana sabemos que no estamos solos ya que Dios está en nosotros, con nosotros y entre nosotros: en la familia, en el barrio, en el lugar de trabajo o estudio, en la ciudad que habitamos.
Como Abrahán, cada uno de los esposos sale de su tierra desde el momento en que, sintiendo la llamada al amor conyugal, decide entregarse al otro sin reservas. Así, ya el noviazgo implica salir de la propia tierra, porque supone transitar juntos el camino que conduce al matrimonio. Las distintas situaciones de la vida: el paso de los días, la llegada de los hijos, el trabajo, las enfermedades son circunstancias en las que el compromiso que adquirieron el uno con el otro hace que cada uno tenga que abandonar las propias inercias, certidumbres, zonas de confort y salir hacia la tierra que Dios les promete: ser dos en Cristo, dos en uno. Una única vida, un “nosotros” en la comunión del amor con Jesús, vivo y presente en cada momento de su existencia. Dios los acompaña, los ama incondicionalmente. ¡No están solos!
Queridos esposos, sepan que sus hijos —y especialmente los jóvenes— los observan con atención y buscan en ustedes el testimonio de un amor fuerte y confiable. «¡Qué importante es que los jóvenes vean con sus propios ojos el amor de Cristo vivo y presente en el amor de los matrimonios, que testimonian con su vida concreta que el amor para siempre es posible!» [1]. Los hijos son un regalo, siempre, cambian la historia de cada familia. Están sedientos de amor, de reconocimiento, de estima y de confianza. La paternidad y la maternidad los llaman a ser generativos para dar a sus hijos el gozo de descubrirse hijos de Dios, hijos de un Padre que ya desde el primer instante los ha amado tiernamente y los lleva de la mano cada día. Este descubrimiento puede dar a sus hijos la fe y la capacidad de confiar en Dios.
Ciertamente, educar a los hijos no es nada fácil. Pero no olvidemos que ellos también nos educan. El primer ámbito de la educación sigue siendo la familia, en los pequeños gestos que son más elocuentes que las palabras. Educar es ante todo acompañar los procesos de crecimiento, es estar presentes de muchas maneras, de tal modo que los hijos puedan contar con sus padres en todo momento. El educador es una persona que “genera” en sentido espiritual y, sobre todo, que “se juega” poniéndose en relación. Como padre y madre es importante relacionarse con sus hijos a partir de una autoridad ganada día tras día. Ellos necesitan una seguridad que los ayude a experimentar la confianza en ustedes, en la belleza de sus vidas, en la certeza de no estar nunca solos, pase lo que pase.
Por otra parte, y como ya he señalado, la conciencia de la identidad y la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad ha aumentado. Ustedes tienen la misión de transformar la sociedad con su presencia en el mundo del trabajo y hacer que se tengan en cuenta las necesidades de las familias.
También los matrimonios deben “primerear” [2] dentro de la comunidad parroquial y diocesana con sus iniciativas y su creatividad, buscando la complementariedad de los carismas y vocaciones como expresión de la comunión eclesial; en particular, los «cónyuges junto a los pastores, para caminar con otras familias, para ayudar a los más débiles, para anunciar que, también en las dificultades, Cristo se hace presente» [3].
Por tanto, los exhorto, queridos esposos, a participar en la Iglesia, especialmente en la pastoral familiar. Porque «la corresponsabilidad en la misión llama […] a los matrimonios y a los ministros ordenados, especialmente a los obispos, a cooperar de manera fecunda en el cuidado y la custodia de las Iglesias domésticas» [4]. Recuerden que la familia es la «célula básica de la sociedad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 66). El matrimonio es realmente un proyecto de construcción de la «cultura del encuentro» (Carta enc. Fratelli tutti, 216). Es por ello que las familias tienen el desafío de tender puentes entre las generaciones para la transmisión de los valores que conforman la humanidad. Se necesita una nueva creatividad para expresar en los desafíos actuales los valores que nos constituyen como pueblo en nuestras sociedades y en la Iglesia, Pueblo de Dios.
La vocación al matrimonio es una llamada a conducir un barco incierto —pero seguro por la realidad del sacramento— en un mar a veces agitado. Cuántas veces, como los apóstoles, sienten ganas de decir o, mejor dicho, de gritar: «¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?» (Mc 4,38). No olvidemos que a través del sacramento del matrimonio Jesús está presente en esa barca. Él se preocupa por ustedes, permanece con ustedes en todo momento en el vaivén de la barca agitada por el mar. En otro pasaje del Evangelio, en medio de las dificultades, los discípulos ven que Jesús se acerca en medio de la tormenta y lo reciben en la barca; así también ustedes, cuando la tormenta arrecia, dejen subir a Jesús en su barca, porque cuando subió «donde estaban ellos, […] cesó el viento» (Mc 6,51). Es importante que juntos mantengan la mirada fija en Jesús. Sólo así encontrarán la paz, superarán los conflictos y encontrarán soluciones a muchos de sus problemas. No porque estos vayan a desaparecer, sino porque podrán verlos desde otra perspectiva.
Sólo abandonándose en las manos del Señor podrán vivir lo que parece imposible. El camino es reconocer la propia fragilidad y la impotencia que experimentan ante tantas situaciones que los rodean, pero al mismo tiempo tener la certeza de que de ese modo la fuerza de Cristo se manifiesta en su debilidad (cf. 2 Co 12,9). Fue justo en medio de una tormenta que los apóstoles llegaron a conocer la realeza y divinidad de Jesús, y aprendieron a confiar en Él.
A la luz de estos pasajes bíblicos, quisiera aprovechar para reflexionar sobre algunas dificultades y oportunidades que han vivido las familias en este tiempo de pandemia. Por ejemplo, aumentó el tiempo de estar juntos, y esto ha sido una oportunidad única para cultivar el diálogo en familia. Claro que esto requiere un especial ejercicio de paciencia, no es fácil estar juntos toda la jornada cuando en la misma casa se tiene que trabajar, estudiar, recrearse y descansar. Que el cansancio no les gane, que la fuerza del amor los anime para mirar más al otro —al cónyuge, a los hijos— que a la propia fatiga. Recuerden lo que les escribí en Amoris laetitia retomando el himno paulino de la caridad (cf. nn. 90-119). Pidan este don con insistencia a la Sagrada Familia, vuelvan a leer el elogio de la caridad para que sea ella la que inspire sus decisiones y acciones (cf. Rm 8,15; Ga 4,6).
De este modo, estar juntos no será una penitencia sino un refugio en medio de las tormentas. Que el hogar sea un lugar de acogida y de comprensión. Guarden en su corazón el consejo a los novios que expresé con las tres palabras: «permiso, gracias, perdón» [5]. Y cuando surja algún conflicto, «nunca terminar el día en familia sin hacer las paces» [6]. No se avergüencen de arrodillarse juntos ante Jesús en la Eucaristía para encontrar momentos de paz y una mirada mutua hecha de ternura y bondad. O de tomar la mano del otro, cuando esté un poco enojado, para arrancarle una sonrisa cómplice. Hacer quizás una breve oración, recitada en voz alta juntos, antes de dormirse por la noche, con Jesús presente entre ustedes.
Sin embargo, para algunos matrimonios la convivencia a la que se han visto forzados durante la cuarentena ha sido especialmente difícil. Los problemas que ya existían se agravaron, generando conflictos que muchas veces se han vuelto casi insoportables. Muchos han vivido incluso la ruptura de un matrimonio que venía sobrellevando una crisis que no se supo o no se pudo superar. A estas personas también quiero expresarles mi cercanía y mi afecto.
La ruptura de una relación conyugal genera mucho sufrimiento debido a la decepción de tantas ilusiones; la falta de entendimiento provoca discusiones y heridas no fáciles de reparar. Tampoco a los hijos es posible ahorrarles el sufrimiento de ver que sus padres ya no están juntos. Aun así, no dejen de buscar ayuda para que los conflictos puedan superarse de alguna manera y no causen aún más dolor entre ustedes y a sus hijos. El Señor Jesús, en su misericordia infinita, les inspirará el modo de seguir adelante en medio de tantas dificultades y aflicciones. No dejen de invocarlo y de buscar en Él un refugio, una luz para el camino, y en la comunidad eclesial una «casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 47).
Recuerden que el perdón sana toda herida. Perdonarse mutuamente es el resultado de una decisión interior que madura en la oración, en la relación con Dios, como don que brota de la gracia con la que Cristo llena a la pareja cuando lo dejan actuar, cuando se dirigen a Él. Cristo “habita” en su matrimonio y espera que le abran sus corazones para sostenerlos con el poder de su amor, como a los discípulos en la barca. Nuestro amor humano es débil, necesita de la fuerza del amor fiel de Jesús. Con Él pueden de veras construir la «casa sobre roca» (Mt 7,24).
A este propósito, permítanme que dirija una palabra a los jóvenes que se preparan al matrimonio. Si antes de la pandemia para los novios era difícil proyectar un futuro cuando era arduo encontrar un trabajo estable, ahora aumenta aún más la situación de incerteza laboral. Por ello invito a los novios a no desanimarse, a tener la “valentía creativa” que tuvo san José, cuya memoria he querido honrar en este Año dedicado a él. Así también ustedes, cuando se trate de afrontar el camino del matrimonio, aun teniendo pocos medios, confíen siempre en la Providencia, ya que «a veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener» (Carta ap. Patris corde, 5).No duden en apoyarse en sus propias familias y en sus amistades, en la comunidad eclesial, en la parroquia, para vivir la vida conyugal y familiar aprendiendo de aquellos que ya han transitado el camino que ustedes están comenzando.
Antes de despedirme, quiero enviar un saludo especial a los abuelos y las abuelas que durante el tiempo de aislamiento se vieron privados de ver y estar con sus nietos, a las personas mayores que sufrieron de manera aún más radical la soledad. La familia no puede prescindir de los abuelos, ellos son la memoria viviente de la humanidad, «esta memoria puede ayudar a construir un mundo más humano, más acogedor» [7].
Que san José inspire en todas las familias la valentía creativa, tan necesaria en este cambio de época que estamos viviendo, y Nuestra Señora acompañe en sus matrimonios la gestación de la “cultura del encuentro”, tan urgente para superar las adversidades y oposiciones que oscurecen nuestro tiempo. Los numerosos desafíos no pueden robar el gozo de quienes saben que están caminando con el Señor. Vivan intensamente su vocación. No dejen que un semblante triste transforme sus rostros. Su cónyuge necesita de su sonrisa. Sus hijos necesitan de sus miradas que los alienten. Los pastores y las otras familias necesitan de su presencia y alegría: ¡la alegría que viene del Señor!
Me despido con cariño animándolos a seguir viviendo la misión que Jesús nos ha encomendado, perseverando en la oración y «en la fracción del pan» (Hch 2,42).
Y por favor, no se olviden de rezar por mí, yo lo hago todos los días por ustedes.
Fraternalmente,
Francisco
Roma, San Juan de Letrán, 26 de diciembre de 2021, Fiesta de la Sagrada Familia.
[1] Videomensaje a los participantes en el Foro «¿Hasta dónde hemos llegado con Amoris laetitia?» (9 junio 2021).
[2] Cfr Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24.
[3] Videomensaje a los participantes en el Foro «¿Hasta dónde hemos llegado con Amoris laetitia?» (9 junio 2021).
[4] Ibíd.
[5] Discurso a las familias del mundo con ocasión de su peregrinación a Roma en el Año de la Fe (26 octubre 2013); cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 133.
[6] Catequesis del 13 de mayo de 2015. Cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 104.
[7] Mensaje con ocasión de la I Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores “Yo estoy contigo todos los días” (31 mayo 2021).
Boletín informativo sobre el fundador del Opus Dei, con el título “Descubrir a Dios en la familia”, con motivo del “Año Familia Amoris Laetitia” convocado por el Papa Francisco.
San Josemaría Escrivá manifestó muchas veces su cariño y agradecimiento a la familia en la que vino al mundo, el 9 de enero de 1902, en la aragonesa ciudad de Barbastro (España). Sus padres, José Escrivá y Dolores Albás, le dieron la primera formación. A través de sus enseñanzas y especialmente de su ejemplo, el pequeño Josemaría aprendió a vivir las virtudes humanas y cristianas: la sinceridad, la laboriosidad, el orden, el servicio a los demás, la fe recia, la piedad sencilla, la solicitud por los más necesitados… Tuvo una pronta experiencia del dolor: sus hermanas Rosario, Lolita y Chon murieron con nueves meses, cinco años y ocho años respectivamente.
En este ambiente de hogar cristiano encontró el respaldo generoso de su padre para seguir la llamada al sacerdocio. Años después –había fallecido su padre en 1924–, cuando el 2 de octubre de 1928 el joven sacerdote Josemaría fundó en Madrid el Opus Dei, recibió también de su madre y de su hermana Carmen –su hermano Santiago era muy pequeño entonces– una gran ayuda para sacar adelante esa Obra que Dios le había confiado.
“Josemaría Escrivá de Balaguer, nacido en el seno de una familia profundamente cristiana, ya en la adolescencia percibió la llamada de Dios a una vida de mayor entrega” (San Juan Pablo II, homilía en la ceremonia de Beatificación de Josemaría Escrivá, 17-05-1992).
“Dios nuestro Señor fue preparando las cosas para que mi vida fuese normal y corriente, sin nada llamativo. Me hizo nacer en un hogar cristiano, como suelen ser los de mi país, de padres ejemplares que practicaban y vivían su fe”(San Josemaría Escrivá, meditación del 14-02-1964. Cfr. AGP, P09, pág. 69).
Promovió la santificación a través de las tareas familiares
En este año en el que el papa Francisco ha proclamado el “Año Familia Amoris Laetitia”, reproducimos algunos puntos esenciales del Catecismo en torno a la familia.
“Cada uno de los sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador: «el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (Gn 2,24). De esta unión proceden todas las generaciones humanas” (cf Gn 4,1-2.25-26; 5,1). Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2335
“La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada por la igual dignidad personal que hay que reconocer a la mujer y el varón en el mutuo y pleno amor” (GS 49,2). Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1645
“Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes”. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2203
“Los casados están llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión; cometerían por eso un grave error, si edificaran su conducta espiritual a espaldas y al margen de su hogar. La vida familiar, las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo por sacar económicamente adelante a la familia y por asegurarla y mejorarla, el trato con las otras personas que constituyen la comunidad social, todo eso son situaciones humanas y corrientes que los esposos cristianos deben sobrenaturalizar”. (Josemaría Escrivá de Balaguer. Es Cristo que pasa. Rialp, Madrid 1986 (23ª ed.), n. 23)
Es importante que los esposos adquieran sentido claro de la dignidad de su vocación, que sepan que han sido llamados por Dios a llegar al amor divino también a través del amor humano; que han sido elegidos, desde la eternidad, para cooperar con el poder creador de Dios en la procreación y después en la educación de los hijos; que el Señor les pide que hagan, de su hogar y de su vida familiar entera, un testimonio de todas las virtudes cristianas. (Conversaciones con mons. Escrivá de Balaguer, n. 93)
El matrimonio está hecho para que los que lo contraen se santifiquen en él, y santifiquen a través de él: para eso los cónyuges tienen una gracia especial, que confiere el sacramento instituido por Jesucristo. Quien es llamado al estado matrimonial, encuentra en ese estado -con la gracia de Diostodo lo necesario para ser santo, para identificarse cada día más con Jesucristo, y para llevar hacia el Señor a las personas con las que convive. Por esto pienso siempre con esperanza y con cariño en los hogares cristianos, en todas las familias que han brotado del sacramento del matrimonio, que son testimonios luminosos de ese gran misterio divino (Conversaciones con mons. Escrivá de Balaguer, n. 91)
El amor puro y limpio de los esposos es una realidad santa que yo, como sacerdote, bendigo con las dos manos [...]. El Señor santifica y bendice el amor del marido hacia la mujer y el de la mujer hacia el marido [...]. Ningún cristiano, esté o no llamado a la vida matrimonial, puede desestimarla. (Es Cristo que pasa, n. 24)
No olviden [los esposos] que el secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar; en el trato cariñoso con los hijos; en el trabajo de todos los días, en el que colabora la familia entera; en el buen humor ante las dificultades, que hay que afrontar con deportividad (Conversaciones con mons. Escrivá de Balaguer, n. 91)
La familia, comunión de personas
“Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2203)
“Su actividad procreadora y educativa [de la familia] es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2205)
“Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una «comunidad privilegiada» llamada a realizar un «propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos» (GS 52,1)”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2206)
“Los padres pueden y deben prestar a sus hijos una ayuda preciosa, descubriéndoles nuevos horizontes, comunicándoles su experiencia, haciéndoles reflexionar para que no se dejen arrastrar por estados emocionales pasajeros, ofreciéndoles una valoración realista de las cosas. Unas veces prestarán esa ayuda con su consejo personal; otras, animando a sus hijos a acudir a otras personas competentes: a un amigo leal y sincero, a un sacerdote docto y piadoso, a un experto en orientación profesional. (…) Los padres han de guardarse de la tentación de querer proyectarse indebidamente en sus hijos –de construirlos según sus propias preferencias–, han de respetar las inclinaciones y las aptitudes que Dios da a cada uno”. (Conversaciones con mons. Escrivá de Balaguer, n. 104)
“Los matrimonios tienen gracia de estado –la gracia del sacramento– para vivir todas las virtudes humanas y cristianas de la convivencia: la comprensión, el buen humor, la paciencia, el perdón, la delicadeza en el trato mutuo. Lo importante es que no se abandonen, que no dejen que les domine el nerviosismo, el orgullo o las manías personales. Para eso, el marido y la mujer deben crecer en vida interior y aprender de la Sagrada Familia a vivir con finura –por un motivo humano y sobrenatural a la vez– las virtudes del hogar cristiano. Repito: la gracia de Dios no les falta”. (Conversaciones con mons. Escrivá de Balaguer, n. 108)
Boletín de la Oficina para las Causas de los Santos | Prelatura del Opus Dei. España | Junio 2021
El 19 de marzo de 2021, 5º aniversario de la publicación de la Exhortación Apostólica ‘Amoris Laetitia‘ sobre la belleza y la alegría del amor familiar, el Papa Francisco inauguró el “Año Familia Amoris Laetitia”, que concluirá el 26 de junio de 2022 en el 10º Encuentro Mundial de las Familias en Roma.
“La experiencia de la pandemia –se lee en el comunicado del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida– ha puesto de relieve el papel central de la familia como Iglesia doméstica y ha subrayado la importancia de los vínculos entre las familias”.
A través de las diversas iniciativas de carácter espiritual, pastoral y cultural previstas en el “Año Familia Amoris Laetitia” -simultáneo con Año de San José-, el Papa Francisco se dirige a todas las comunidades eclesiales del mundo, exhortando a cada persona a ser testigo del amor familiar.
“A imitación de la Sagrada Familia -decía ayer el Santo Padre-, estamos llamados a redescubrir el valor educativo del núcleo familiar, que debe fundamentarse en el amor que siempre regenera las relaciones abriendo horizontes de esperanza. En la familia se podrá experimentar una comunión sincera cuando sea una casa de oración, cuando los afectos sean serios, profundos, puros, cuando el perdón prevalezca sobre las discordias, cuando la dureza cotidiana del vivir sea suavizada por la ternura mutua y por la serena adhesión a la voluntad de Dios.
De esta manera -continuó durante el Ángelus-, la familia se abre a la alegría que Dios da a todos aquellos que saben dar con alegría. Al mismo tiempo, halla la energía espiritual para abrirse al exterior, a los demás, al servicio de sus hermanos, a la colaboración para la construcción de un mundo siempre nuevo y mejor; capaz, por tanto, de ser portadora de estímulos positivos; la familia evangeliza con el ejemplo de vida”.
1. Difundir el contenido de la exhortación apostólica “Amoris Laetitia”, para “hacer experimentar que el Evangelio de la familia es alegría que llena el corazón y la vida entera” (AL 200). Una familia que descubre y experimenta la alegría de tener un don y ser a su vez un don para la Iglesia y la sociedad, “puede llegar a ser una luz en la oscuridad del mundo” (AL 66). ¡Y el mundo de hoy necesita esta luz!
2. Anunciar que el sacramento del matrimonio es un don y tiene en sí mismo una fuerza transformadora del amor humano. Para ello es necesario que los pastores y las familias caminen juntos en una corresponsabilidad y complementariedad pastoral, entre las diferentes vocaciones en la Iglesia (cf. AL 203).
3. Hacer a las familias protagonistas de la pastoral familiar. Para ello se requiere “un esfuerzo evangelizador y catequético dirigido a la familia” (AL 200), ya que una familia discípula se convierte también en una familia misionera.
4. Concientizar los jóvenes de la importancia de la formación en la verdad del amor y el don de sí mismos, con iniciativas dedicadas a ellos.
5. Ampliar la mirada y la acción de la pastoral familiar para que se convierta en transversal, para incluir a los esposos, a los niños, a los jóvenes, a las personas mayores y las situaciones de fragilidad familiar.
Diez recursos para el Año Familia Amoris Laetitia.
1. Libro electrónico “Amoris laetitia” (“La alegría del amor”), en ePub, Mobi y PDF.
9. Una oportunidad para ser felices. En este documental ("Una oportunidad para ser felices") se muestran imágenes de la predicación de san Josemaría y testimonios de matrimonios ingleses, escoceses e irlandeses que hablan sobre sus desafíos en la vida familiar.
Álvaro Siviero es pianista profesional. Su trabajo consiste en interpretar a los clásicos de la música. Ése es el trabajo que intenta santificar: "El hombre necesita experimentar la belleza; y, entre las artes, la música es la más espiritual". Interpretar la música, sostiene, puede cambiar tu propia vida, y también la de las personas que asisten a ese momento de encantamiento.
Me alegro de poder encontraros en esta histórica pro-catedral de Santa María, que durante estos años ha visto innumerables celebraciones del sacramento del matrimonio. Cuando os miro a vosotros, tan jóvenes, me pregunto: pero, entonces, ¿no es cierto lo que dicen, que los jóvenes no quieren casarse? ¡Gracias! Casarse y compartir la vida es algo hermoso. Hay un dicho español que dice así: “dolor compartido es medio dolor; alegría compartida es doble alegría”. Este es el camino del matrimonio. Cuánto amor se ha manifestado, cuántas gracias se han recibido en este sagrado lugar. Agradezco al arzobispo Martin su cordial bienvenida. Estoy particularmente contento de estar con vosotros, parejas de novios y esposos que os encontráis en distintas fases del itinerario del amor sacramental.
Es bonito escuchar también esa música que viene de ahí: los niños que lloran... Esa es una esperanza, es la música más hermosa; aún más que la más bella predicación, escuchar el llanto de un niño, porque es el grito de esperanza, de que la vida sigue, la vida continúa, que el amor es fecundo. Ver a los niños... Pero he saludado también a una persona anciana. Se necesita también mirar a los ancianos, porque las personas mayores están llenas de sabiduría. Escuchar a los ancianos: “¿Cómo ha sido tu vida?”. Esto me ha gustado, que habéis sido vosotros [se dirige al matrimonio anciano que habló en primer lugar] a empezar, después los de 50 años de matrimonio, porque tenéis mucha experiencia para compartir. El pasado y el futuro confluyen en el presente. Ellos, los viejos —permitidme la palabra: los viejos, the old— tienen la sabiduría. Incluso las suegras tienen sabiduría... [ríen]. Y los niños deben escuchar la sabiduría, vosotros jóvenes tenéis que escuchar la sabiduría y hablar con ellos para seguir adelante, porque ellos son las raíces. Ellos son las raíces, y vosotros tomáis de las raíces para continuar adelante. Esto seguro que lo diré más adelante, pero me mueve decirlo desde el corazón.
CASARSE Y COMPARTIR LA VIDA ES ALGO HERMOSO
De modo especial, como he dicho, agradezco el testimonio de Vincent y Teresa, que nos han hablado de su experiencia de 50 años de matrimonio y de vida familiar. Gracias por las palabras de ánimo como también por los desafíos que habéis expuesto a las nuevas generaciones de recién casados y de novios, no solo de aquí, en Irlanda, sino del mundo entero. Ellos no serán como vosotros, serán diferentes. Sin embargo, tienen necesidad de vuestra experiencia para ser diferentes, para ir más allá. Es muy importante escuchar a los ancianos, a los abuelos. Tenemos mucho que aprender de vuestra experiencia de vida matrimonial sostenida cada día por la gracia del sacramento. Deseo preguntaros: ¿Os habéis peleado mucho? Pero, ¡esto hace parte del matrimonio! Un matrimonio que no riñe es un poco aburrido… [ríen]. Pero hay un secreto: pueden volar también los platos, pero el secreto está en hacer las paces antes de que termine el día. Y para hacer las paces no es necesario un discurso, basta una caricia, y así se hacen las paces. ¿Y sabéis por qué es importante? Porque si no se hacen las paces antes de acostarse, la “guerra fría” del día siguiente es demasiado peligrosa, empieza el rencor... Sí, pelead lo que queráis, pero por la noche se haced las paces. ¿De acuerdo? No lo olvides, vosotros jóvenes. Creciendo juntos en esta comunidad de vida y de amor, vosotros habéis experimentado muchas alegrías y, ciertamente, también muchos sufrimientos. Junto con todos los matrimonios que han recorrido un largo trecho en este camino, sois los guardianes de nuestra memoria colectiva. Tenemos siempre necesidad de vuestro testimonio lleno de fe. Es un recurso maravilloso para las jóvenes parejas, que miran al futuro con emoción y esperanza… y, también, puede que con un poquito de inquietud: ¿Cómo será este futuro?
Agradezco también a las parejas jóvenes que me han dirigido algunas preguntas con franqueza. No es fácil responder a estas preguntas. Denis y Sinead están a punto de embarcarse en un viaje de amor que según el proyecto de Dios lleva consigo un compromiso para toda la vida. Han preguntado cómo pueden ayudar a otros a comprender que el matrimonio no es simplemente una institución sino una vocación, una vida que va adelante, una decisión consciente y para toda la vida, a cuidarse, ayudarse y protegerse mutuamente.
EL MATRIMONIO NO ES SIMPLEMENTE UNA INSTITUCIÓN SINO UNA VOCACIÓN
Ciertamente debemos reconocer que hoy no estamos acostumbrados a algo que dure realmente toda la vida. Vivimos en una cultura de lo provisional; no estamos acostumbrados. Si siento que tengo hambre o sed, puedo nutrirme, pero mi sensación de estar saciado no dura ni siquiera un día. Si tengo un trabajo, sé que podría perderlo aun contra mi voluntad o que podría verme obligado a elegir otra carrera diferente. Es difícil incluso estar al día en el mundo de hoy, pues todo lo que nos rodea cambia, las personas van y vienen en nuestras vidas, las promesas se hacen, pero con frecuencia no se cumplen o se rompen. Puede que lo que me estáis pidiendo en realidad sea algo todavía más fundamental: “¿No hay nada verdaderamente importante que dure?”. Esta es la pregunta. Parece que nada hermoso, ni precioso dura. “¿Pero es verdad que nada precioso que pueda durar? ¿Ni siquiera el amor?”. Y está la tentación de que ese “para toda la vida”, que vosotros os diréis el uno al otro, se transforme y muera con el tiempo. Si el amor no se hace crecer con el amor, dura poco. Ese “para toda la vida” es un compromiso para hacer crecer el amor, porque en el amor no existe lo provisional. Si no se llama entusiasmo, se llama, no sé, encanto, pero el amor es definitivo, es un “yo” y un “tú”. Como decimos, es “mi media naranja”: tú eres mi media naranja, yo soy tu media naranja. El amor es así: todo y para toda la vida. Es fácil caer prisioneros de la cultura de lo efímero, y esta cultura ataca las raíces mismas de nuestros procesos de maduración, de nuestro crecimiento en la esperanza y el amor. ¿Cómo podemos experimentar, en esta cultura de lo efímero, lo que es verdaderamente duradero? Esta es una pregunta seria: ¿Cómo podemos experimentar, en esta cultura de lo efímero, lo que es verdaderamente duradero?
ESE “PARA TODA LA VIDA” ES UN COMPROMISO PARA HACER CRECER EL AMOR, PORQUE EN EL AMOR NO EXISTE LO PROVISIONAL
Lo que quisiera deciros es esto. Entre todas las formas de la fecundidad humana, el matrimonio es único. Es un amor que da origen a una vida nueva. Implica la responsabilidad mutua en la trasmisión del don divino de la vida y ofrece un ambiente estable en el que la vida nueva puede crecer y florecer. El matrimonio en la Iglesia, es decir el sacramento del matrimonio, participa de modo especial en el misterio del amor eterno de Dios. Cuando un hombre y una mujer cristianos se unen en el vínculo del matrimonio, la gracia de Dios los habilita a prometerse libremente el uno al otro un amor exclusivo y duradero. De ese modo su unión se convierte en signo sacramental —esto es importante: el sacramento del matrimonio— se convierte en signo sacramental de la nueva y eterna alianza entre el Señor y su esposa, la Iglesia. Jesús está siempre presente en medio de ellos. Los sostiene en el curso de la vida, en su recíproca entrega, en la fidelidad y en la unidad indisoluble (cf. Gaudium et spes, 48). El amor de Jesús para las parejas es una roca, es un refugio en los tiempos de prueba, pero sobre todo es una fuente de crecimiento constante en un amor puro y para siempre. Haced apuestas serias, para toda la vida. Arriesgad. Porque el matrimonio es también un riesgo, pero es un riesgo que vale la pena. Para toda la vida, porque el amor es así.
Sabemos que el amor es lo que Dios sueña para nosotros y para toda la familia humana. Por favor, no lo olvidéis nunca. Dios tiene un sueño para nosotros y nos pide que lo hagamos nuestro. No tengáis miedo de ese sueño. Soñad a lo grande. Custodiadlo como un tesoro y soñadlo juntos cada día de nuevo. Así, seréis capaces de sosteneros mutuamente con esperanza, con fuerza, y con el perdón en los momentos en los que el camino se hace arduo y resulta difícil recorrerlo. En la Biblia, Dios se compromete a permanecer fiel a su alianza, aun cuando lo entristecemos y nuestro amor se debilita. ¿Qué dice Dios a su pueblo en la Biblia? Escuchad bien: «Nunca te dejaré ni te abandonaré» (Hb 13,5). Y vosotros, como marido y mujer, ungiros mutuamente con estas palabras de promesa, cada día por el resto de vuestras vidas. Y no dejéis nunca de soñar. Repetid siempre en el corazón: «Nunca te dejaré ni te abandonaré».
EL MATRIMONIO ES TAMBIÉN UN RIESGO, PERO ES UN RIESGO QUE VALE LA PENA
Stephen y Jordan están recién casados y han preguntado algo muy importante: cómo pueden los padres trasmitir la fe a los hijos. Sé que aquí en Irlanda la Iglesia ha preparado cuidadosamente programas de catequesis para educar en la fe dentro de las escuelas y de las parroquias. Pero el primer y más importante lugar para trasmitir la fe es el hogar: se aprende a creer en el hogar, a través del sereno y cotidiano ejemplo de los padres que aman al Señor y confían en su palabra. Ahí, en el hogar, que podemos llamar la «iglesia doméstica», los hijos aprenden el significado de la fidelidad, de la honestidad y del sacrificio. Ven cómo mamá y papá se comportan entre ellos, cómo se cuidan el uno al otro y a los demás, cómo aman a Dios y a la Iglesia.
Así los hijos pueden respirar el aire fresco del Evangelio y aprender a comprender, juzgar y actuar en modo coherente con la fe que han heredado. La fe, hermanos y hermanas, se trasmite alrededor de la mesa doméstica, en el hogar, en la conversación ordinaria, a través del lenguaje que solo el amor perseverante sabe hablar. No olvidéis nunca, hermanos y hermanas: la fe se transmite en dialecto. El dialecto del hogar, el dialecto de la vida doméstica, ahí, en la vida de familia. Pensad a los siete hermanos Macabeos. Cómo la madre les hablaba “en dialecto”; es decir, lo que habían aprendido desde pequeños sobre Dios. Es más difícil recibir la fe —se puede hacer, pero es más difícil— si no ha sido recibida en la lengua materna, en el hogar, en dialecto.
EL PRIMER Y MÁS IMPORTANTE LUGAR PARA TRASMITIR LA FE ES EL HOGAR
Me siento tentado de hablar de una experiencia personal, de pequeño. Si sirve la digo. Recuerdo una vez —tendría cinco años— que entré a la casa y allí, en el comedor, mi padre llegaba del trabajo en ese momento, antes que yo, y vi a mi padre y a mi madre que se daban un beso. Nunca lo olvido. Qué hermoso. Él estaba cansado del trabajo, pero tuvo fuerzas para manifestar su amor a su mujer. Que vuestros hijos os vean así, que os acariciéis, os deis besos, os abracéis; esto es muy hermoso, porque aprenden así este dialecto del amor, y la fe, es este dialecto del amor.
Por tanto, es importante, rezad juntos en familia, hablad de cosas buenas y santas, y dejad que María nuestra Madre entre en vuestra vida, la vida familiar. Celebrad las fiestas cristianas. Que vuestros hijos sepan qué es una fiesta en familia. Vivid en profunda solidaridad con cuantos sufren y están al margen de la sociedad, y que los hijos aprendan.
Otra anécdota. Conocí una mujer que tenía tres hijos, de siete, cinco y tres años más o menos; eran buenos esposos, tenían mucha fe y enseñaban a sus hijos a ayudar a los pobres, porque ellos los ayudaban mucho. Y una vez estaban almorzando, la mamá con los tres hijos, el papá estaba trabajando. Llaman a la puerta, y el mayor va a abrir, después vuelve y dice: “Mamá, es un pobre que pide comida”. Estaban comiendo un filete a la milanesa, rebozado —son muy buenos— [ríen]. Y la mamá pregunta a los hijos: “¿Qué hacemos?”. Todos los tres: “Sí, mamá, dale algo”. Había también algunos filetes que habían sobrado, pero la mamá tomó un cuchillo y comenzó a cortar por la mitad cada uno de los que tenían los hijos. Y los hijos dicen: “No, mamá, dale esos, no los nuestros”. “Ah, no: a los pobres se les da de lo tuyo, no de lo que sobra”. Así esa mujer de fe enseñó a sus hijos a dar a los pobres de lo propio. Pero todas estas cosas se pueden hacer en casa, cuando hay amor, cuando hay fe, cuando se habla ese dialecto de fe. En fin, vuestros hijos aprenderán de vosotros el modo de vivir cristiano; vosotros seréis sus primeros maestros en la fe, los transmisores de la fe.
REZAD JUNTOS EN FAMILIA, HABLAD DE COSAS BUENAS Y SANTAS, Y DEJAD QUE MARÍA NUESTRA MADRE ENTRE EN VUESTRA VIDA
Las virtudes y las verdades que el Señor nos enseña no siempre son estimadas por el mundo de hoy —a veces, el Señor pide cosas que no son populares— el mundo de hoy tiene poca consideración por los débiles, los vulnerables y todos aquellos que considera “improductivos”. El mundo nos dice que seamos fuertes e independientes; que no nos importen los que están solos o tristes, rechazados o enfermos, los no nacidos o los moribundos. Dentro de poco iré privadamente a encontrarme con algunas familias que afrontan desafíos serios y dificultades reales, pero los padres capuchinos les dan amor y ayuda. Nuestro mundo tiene necesidad de una revolución del amor. La “tormenta” que vivimos es sobre todo de egoísmo, de intereses personales… el mundo necesita de una revolución del amor. Que esta revolución comience desde vosotros y desde vuestras familias.
Hace algunos meses alguien me dijo que estamos perdiendo nuestra capacidad de amar. Estamos olvidando de forma lenta pero inexorablemente el lenguaje directo de una caricia, la fuerza de la ternura. Parece que la palabra ternura haya sido eliminada del diccionario. No habrá una revolución de amor sin una revolución de la ternura. Que, con vuestro ejemplo, vuestros hijos puedan ser guiados para que se conviertan en una generación más solícita, amable y rica de fe, para la renovación de la Iglesia y de toda la sociedad irlandesa.
NO HABRÁ UNA REVOLUCIÓN DE AMOR SIN UNA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA
Así vuestro amor, que es un don de Dios, ahondará todavía más sus raíces. Ninguna familia puede crecer si olvida sus propias raíces. Los niños no crecen en el amor si no aprenden a hablar con sus abuelos. Por tanto, dejad que vuestro amor eche raíces profundas. No olvidemos que «lo que el árbol tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado» (F. L. Bernárdez, soneto Si para recobrar lo recobrado). Así dice una poesía argentina, permitidme la publicidad.
Que, junto con el Papa, todas las familias de la Iglesia, representadas esta tarde por parejas ancianas y jóvenes, puedan agradecer a Dios el don de la fe y la gracia del matrimonio cristiano. Por nuestra parte, nos comprometemos con el Señor a trabajar por la venida de su reino de santidad, justicia y paz, con la fidelidad a las promesas que hemos hecho y con la constancia en el amor.
Gracias por este encuentro.
Y ahora, os invito a rezar juntos la oración por el Encuentro de las familias. Después os daré la bendición. Y os pido que recéis por mí, no lo olvidéis.
Intervenciones del Papa Francisco en su viaje apostólico a Cuba, Estados Unidos, y la visita a la sede de la ONU, con motivo de su participación en el VIII Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia.
"El primer hospital es el propio hogar", afirmó el Papa Francisco en la Audiencia que dedicó al cuidado de los enfermos en la familia. Dijo que a los hijos hay que enseñarles a ser solidarios con los miembros más débiles de la familia y evitar que se "anestesien” ante el sufrimiento de los demás.
El Prelado del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría, ha convocado un año mariano que inicia el próximo 28 de diciembre para rezar por la familia. Precisamente en ese día se celebra la festividad litúrgica de la Sagrada Familia. El año mariano finalizará en la misma fiesta de 2015, que tendrá lugar el 27 de diciembre.
En este mensaje navideño, Mons. Javier Echevarría invita a vivir la Navidad sirviendo con esmero a la propia familia. Para lograrlo, propone tratar más a Dios y aprender de la Sagrada Familia.
El Papa Francisco ha escrito a las familias una carta para invitarlas a rezar por el próximo Sínodo de los Obispos que se celebrará en octubre en el Vaticano y cuyo tema será ‘Los retos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización’
La web del Opus Dei ha publicado 21 textos sobre la educación de los hijos. Ahora que se celebra un Consistorio extraordinario sobre la familia convocado por Papa Francisco, se han reunido en un único libro electrónico para leer en smartphone y tablets.
María Calvo dió una Conferencia en el Club Zayas el jueves 7 de marzo a las 20,15 h. con el título "El papel del padre en la familia actual".
María es Profesora titular de Derecho Administrativo en la Universidad Carlos III y Profesora visitante de la Universidad William&Mary en Williamsburg, Virginia.
Monseñor Osoro ha afirmado que «la institución familiar desempeña un papel muy importante para sobrellevar la crisis económica, al defender valores permanentes y la consideración de la igual dignidad de cada persona», y ha recordado que «la crisis es una oportunidad para crecer en la fe, en la convicción de que Dios está con cada uno en todas las circunstancias y que no nos abandona»
Libros, audios y vídeos para aprovechar el verano.
El verano, tiempo de descanso y acopio de fuerzas, sirve también para dedicar con serenidad ratos a la familia, a los amigos y a Dios. En la página web del Opus Dei, se ofrecen algunos textos, libros y audios sobre la vida cristiana. Enlace.
Nairobi es una de las grandes capitales africanas. En su mismo corazón, en un barrio muy poblado y desfavorecido, va a comenzar un proyecto dirigido a la gente joven. El objetivo: formación académica dirigida directamente a la búsqueda de empleo, el gran mal de la sociedad keniata. Bienvenidos al proyecto Eastlands College, una iniciativa de la ONG Strathmore Educational Trust.
Desde 1962. Casi medio siglo de vida en Sevilla. El centro educativo Altair inicia su actividad a través del modelo vigente: el Bachillerato Radiofónico. En el siguiente reportaje, ofrecemos algunos de los hitos más importante en la vida de Altair, una obra corporativa del Opus Dei.
Un nuevo producto audiovisual dirigido a todo el mundo, a todas la familias. San Josemaría Escrivá de Balaguer habló mucho sobre el importante papel que adquiere cada familia para mejorar el mundo, y ser así sembradores de paz y de alegría.
Bill Gates no es un empresario cualquiera, es el dueño de la mayor fortuna personal del mundo y de Microsoft. Se enfrentó y venció a IBM desde su creación.
El jefe de bioestadistica del Centro Hospitalario Universitario de Lyon, René Ecochard, ha sumado un apoyo más a la doctrina vaticana sobre el sida, asegurando que «las palabras de Benedicto XVI sobre el preservativo son simplemente realistas».
La familia que forman un hombre y una mujer, en unión estable, junto con sus hijos, es el mejor ámbito para transmitir hábitos saludables, prevenir trastornos de la conducta y atender a los ancianos, enfermos y dependientes.
«A prueba de fuego» Todo matrimonio tiene que enfrentarse a incendios, pero sólo podrán apagarlos quienes entiendan el verdadero significado del amor y el compromiso.
El juez de menores de Granada Emilio Calatayud, conocido por sus sentencias ejemplarizantes, ha pedido a la Fiscalía General del Estado que actúe “con más contundencia” contra los programas y series de televisión que vulneran “todos los derechos de los niños”.
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