Iván Muray es chileno, tiene 39 años y vive en París desde hace seis. Su condición de extranjero lo movió a participar en una asociación de la Iglesia que acoge a niños, adolescentes y jóvenes de África, quienes en su mayoría han llegado allí sin sus padres. Él les entrega tiempo, cariño y los ayuda a integrarse a esta nueva cultura.
El Papa Francisco ha llamado en diversas ocasiones a buscar soluciones al desafío que presenta la integración cultural, a “desarrollar programas que preparen a las comunidades locales para estos procesos” (Mensaje 104.º Jornada Mundial de los Inmigrantes y refugiados 2018).
Iván es chileno y cooperador del Opus Dei. Reside en París hace seis años. Allí ha respondido a la invitación del Romano Pontífice a fomentar una cultura del encuentro.
Un voluntariado de integración cultural
Iván conoció en Chile a la asociación católica Puntos Corazón, que tiene casas en barrios desfavorecidos en varias partes del mundo, con voluntarios que acompañan a las personas con necesidades en su vida cotidiana; así fue cómo decidió ir de misión con ellos a Francia.
Actualmente, y desde hace seis años, trabaja en un liceo en París, donde imparte clases en español sobre actualidad e historia política latinoamericana y estudia un Máster en Historia de la Filosofía en Universidad de la Sorbona. Un amigo que conoció en una peregrinación desde Notre Dame a la catedral de Chartres, un recorrido de 100 km a pie en tres días, lo invitó a una charla de formación en el centro del Opus Dei de Garnelles, en París.
Iván cuenta que una de “las actividades que realizan algunos jóvenes que van a Garnelles, es la de hacer clases de refuerzo escolar a los migrantes de la asociación "Notre Dame de Tanger" de la hermana Marie-Joseph Biloa, quien se preocupa de recibir y cuidar a niños y jóvenes que llegan sin sus padres desde Nigeria, Ghana, Camerún, entre otros. Si bien estos niños van al colegio para poder terminar sus estudios, necesitan clases extra sobre todo por el cambio de idioma.
En mi experiencia como inmigrante y mi trabajo que había realizado años atrás con ellos, me di cuenta de la importancia de la integración cultural para que ellos se fueran sintiendo parte del país en el que viven. Esa integración pasa por conocer la cultura, por lo que hablé con asociaciones culturales y postulé para que recibieran becas. Cada seis semanas vamos a museos, zoológicos y lugares turísticos en grupos de 10-15 personas que tienen entre 16 y 18 años.
En general, los migrantes no salen de los barrios en los que viven, no conocen la ciudad y ellos me decían que estas visitas eran una manera de escapar de la rutina y sentirse parte, como uno más, del país. Queremos responder así al llamado que nos hizo el Papa Francisco a que cada familia, cada parroquia, cada institución tiene que preguntarse ¿qué puedo hacer por los inmigrantes?”.
Buscando el sentido de la vida
En mi familia no éramos católicos muy practicantes, pero yo participaba en los scouts de la Parroquia Italiana en Santiago de Chile y cada domingo íbamos a Misa. Con el paso de los años me fui dando cuenta que necesitaba darle más contenido a mi vida. En esa búsqueda leí a san Agustín y me di cuenta que la religión era más que la filosofía.
Al finalizar la secundaria estudié Filosofía y luego partí a estudiar durante un año a Francia, donde comencé a conversar con un sacerdote de la orden de los dominicos que me orientó en mi búsqueda de dar más sentido a mi vida. Una vez de vuelta en Chile comencé la catequesis para recibir los sacramentos.
Fue en ese tiempo en que conocí a la asociación católica Puntos Corazón, que trabaja en barrios marginales en distintos países y decidí ir de misión con ellos a Francia. Ahora me dedico a ello desde un colegio y estudio un máster en la universidad.
Cada día toma otra dimensión si ponemos a Dios en el centro
Un amigo que conocí en la Sorbona me invitó a una charla de formación en el centro del Opus Dei, lugar de encuentro de universitarios y jóvenes profesionales, y donde viven varios estudiantes. Ahí, lo que más me llamó la atención, es darme cuenta que lo difícil de cada día toma otra dimensión si ponemos a Dios en el centro; la oración, el rezo del Rosario y la misa han sido un buen cambio y el motor para vivir cada día.
También comienzas a ver el trabajo con otros ojos. No es solo ganar un sueldo, es tener conciencia de que si trabajas bien por amor a Dios, la vida cobra muchísimo más sentido. Para mí, ha sido un lujo experimentar lo que es tener una vida espiritual. Soy cooperador del Opus Dei hace tres años y participo en clases de formación, conferencias y charlas que dan sacerdotes.
Este sentido de pertenencia y de vida de familia que se respira en Garnelles, fue muy patente también durante la pandemia. Las comunidades católicas se mantuvieron muy unidas, porque uno se siente parte de la Iglesia y no estás solo.
Todos tenemos la necesidad de ser útiles, de compartir nuestros conocimientos, de ayudar; y como extranjero valoro mucho este servicio a los inmigrantes porque yo también soy uno de ellos”.